La imagen de una empresa es
fiel reflejo de su potencial o es, al menos, la primera impresión hacia sus clientes.
Las acciones y actitudes de los individuos que forman las empresas repercuten
tanto en los bienes como en los servicios que ofrecen. Asimismo, el cliente
busca consciente o inconscientemente un referente imaginado que se identifique
con el suyo. Entonces ¿hay una relación directa entre la actitud de los
trabajadores y los clientes?, ¿pueden influir las limitaciones autoimpuestas de
un empleado en la imagen que persigue el cliente de sí mismo?
En el texto “El punto de
partida”, nos da una serie de pautas o consejos a la hora de enfrentarse a los
obstáculos institucionales y personales. Uno de ellos es el de aceptar nuestras
limitaciones. Esto actitud supone una lucha contra el propio ego, pero también un obstáculo para el progreso. Las
limitaciones, en mi opinión, son barreras físicas como las materiales o de
tiempo. En cambio, el aceptar que los individuos son limitados en cuanto a sus
capacidades a mi parecer es un error. Una persona puede ser buena con los
números y floja con la comprensión de textos, ágil redactando y no tan diestra
en la resolución de problemas espaciales, pero sí es capaz de realizar todas
estas tareas y adquirir los conocimientos para llevarlas a cabo. En la
materialización de acciones o retos, el objetivo es hacerlos y obtener las
recompensas de ello, no compararse con el resto o esperar reconocimiento. La línea
que separa esta actitud con la presencia del ego es muy delgada y, por lo
tanto, difícil de separar. No obstante, el beneficio de unas acciones
transgresoras y progresistas, sea cual sea el motor que las origine, es un
beneficio para todos.
Por otro lado, una autoestima
alta entre los componentes de una empresa, provoca además una identificación
grupal y un escudo contra la alienación. La realización de los individuos no solo va
unida a la productividad, sino a la calidad y el significado de la vida, características
que se ven reflejadas en la imagen de la empresa. Estas sensaciones son
percibidas en el cliente, el cual no solo busca un producto o un servicio sino
una sintonía entre lo que adquiere y lo que realmente piensa de sí mismo o le gustaría
pensar. Para ello, el trato con alguien que ofrece algo que ha sido producido
con el máximo esfuerzo, que ha sido elaborado con los mayores conocimientos
disponibles y que es fruto del entusiasmo y la creencia en las ilimitadas
posibilidades de sus capacidades; hace que el cliente vea en ello muchas características
que le gustaría para sí mismo y, con ello, su inevitable identificación y
fidelización .
¿Somos capaces de todo? Seguramente
no, pero el creer que sí es el motor del progreso, y esa actitud e imagen es atractivo
tanto para el trabajador como para el cliente que quiere ver esa imagen
reflejada en su persona.
¿Sería la sociedad actual
como es sí hubiéramos aceptado nuestras limitaciones?
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